¿Qué tiene qué ver la erupción de un volcán en una isla del
Pacífico con Frankenstein y Drácula? Todo, según el narrador de esta
novela. La erupción de ese volcán, inédita en la historia de la Tierra por su
poderío, produjo un invierno prolongado en casi todo el mundo en 1816, por lo
que se le conoce como el año que no tuvo verano. En el norte de Europa, en
Ginebra, cuatro personajes se encuentran por diferentes azares del destino en
una villa durante la larga noche invernal de junio de ese año. Se trata de los
poetas Percy Shelley y Lord Byron, el médico de este último, John William
Polidori, y la novia de Shelley, Mary Wollstonecraft. Allí, mientras esperan a
que pase la tormenta, leen piezas literarias de fantasmas tomadas de un viejo
libro alemán. Byron, el terrible, propone que cada uno de ellos escriba su
propia historia de horror. Ya conocemos el resultado: John William
Polidori escribe El vampiro, una
versión temprana del muerto en vida que luego inspiraría a Abraham Stoker para
componer su Drácula, y Mary escribe
su Frankenstein o el moderno Prometeo.
En la misma casa, en la misma fría noche de tres días, nacen dos mitos modernos.
Esta es una novela intelectual —por momentos es un ensayo, un
libro de viajes, unas memorias, un informe de investigación—, reflexiva, pero no por ello poco fascinante. En la
urdimbre de dos mitos modernos y la investigación que sigue el narrador hay
peripecia y emoción. La emoción que provoca ir descubriendo hechos, eventos a
medida que se avanza en una búsqueda. Una especie de trama policíaca sin
víctima ni victimario: el detective, que es el narrador, va uniendo pistas,
encontrando evidencias. ¿De qué? De ese encuentro entre poetas en una villa
algo fantasmagórica de Ginebra. De esos dos grandes motivos de la literatura
contemporánea que nacieron al mismo tiempo. Del camino que va del romanticismo
al gótico. De la entrada del mundo en una era moderna cuyo destino más terrible
pareciera ser la automatización de la vida.
Al tiempo es una reflexión sobre la creación artística,
sobre la manera en que infinidad de eventos se confunden y combinan para que
un ser humano tocado por la inspiración cree un mundo de ficción perdurable. “¿Cuándo
comienzan realmente las cosas? ¿Es toda invención una reinvención, todo
hallazgo un recuerdo, y la vida el cumplimiento de un relato que ya oímos de
niños junto al fuego?” se pregunta el narrador en la página 288.
La frase suena grandilocuente, pero es cierta al menos para
mí como lector: con esta novela, la literatura colombiana tiene esperanza de
volver a alcanzar el calificativo de universal. Es una obra ambiciosa, inteligente, poderosa. (Ay: cuánta ambición le falta a la literatura colombiana contemporánea. Pero ese es otro tema.) Está animada
por la poesía y el respeto por la palabra y la tradición literaria. Es
Literatura, así con mayúscula.
William Ospina, El año
del verano que nunca llegó, Bogotá, Penguin Random House, 2015.
Comentarios
Carlos
Gracias como siempre por pasar y comentar. Aquí seguimos. Saludos.